#2 Transgénicos y biodiversidad: Falsos dilemas
¿Se debe elegir entre utilizar cultivos transgénicos o proteger la agrobiodiversidad y la agricultura familiar?
En las últimas semanas, el debate en torno a los cultivos transgénicos en Perú alcanzó un punto álgido. Recordemos que, a inicios de mayo, el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego (MIDAGRI) propuso modificar la moratoria existente hasta 2035. Las organizaciones de la sociedad civil y gremios agrarios manifestaron su rechazo a través de pronunciamientos, peticiones en Change.org, entrevistas y artículos de opinión en diarios de circulación nacional. Finalmente, el 15 de junio, el Congreso de la República decidió no otorgar facultades legislativas en esta materia.
Uno de los argumentos más repetidos durante el debate en el pleno del Congreso fue que los transgénicos amenazan a la agrobiodiversidad y matan a la agricultura familiar. La pregunta es ¿por qué lo harían?
¿La agricultura familiar se basa solo en la agrobiodiversidad?
Perú tiene una larga tradición agrícola, que fue la base de las diversas culturas y civilizaciones que aquí surgieron. Nuestros antepasados, para no depender de la incertidumbre de las lluvias, desarrollaron reservorios y sistemas de irrigación. Asimismo, esculpieron las montañas y las convirtieron en campos de cultivo a través de los andenes. Desarrollaron variedades mejoradas de papa, maíz, quinua, pallares y otros cultivos, adaptadas a los diferentes microclimas que hay en nuestro territorio. Sin dudas, fueron grandes innovadores. Gracias a ello, somos reconocidos como uno de los principales centros de origen y de diversificación de muchas especies cultivadas1.
Sin embargo, la agrobiodiversidad abarca mucho más que las distintas variedades, ecotipos y razas de cultivos o animales domesticados. También comprende a los parientes silvestres, los insectos y microorganismos asociados, los ecosistemas donde se desarrollan, y las prácticas y saberes tradicionales que han moldeado y mantenido esta biodiversidad por siglos. En Perú, la agrobiodiversidad está en manos de los agricultores familiares.
Según el MIDAGRI, la agricultura familiar constituye el 97 % de las unidades agropecuarias en Perú y se calcula que suministra el 70 % de los alimentos en los mercados de abasto. Dado que la agrobiodiversidad es gestionada por los agricultores familiares, es razonable deducir que nuestra alimentación depende de ella. No obstante, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la dieta de los peruanos se basa principalmente en arroz, papa, pollo (que se alimenta de maíz amarillo duro) y lácteos (que depende de cultivos forrajeros como la alfalfa).
En 2023, aproximadamente 70 000 productores cosecharon 418 000 hectáreas de arroz, una especie que no es nativa. La mitad de esta producción proviene de dos variedades: IR 43 e INIA 509. Por otro lado, 174 000 productores de maíz amarillo duro cosecharon 273 000 hectáreas2, un 70 % con semillas híbridas importadas3. Además, 400 000 productores de leche cultivaron alfalfa y otros forrajes4, también de variedades importadas como CUF 101, Moapa 69, Ranger, entre otros. Respecto a la papa, 700 000 productores cosecharon 314 000 hectáreas. A pesar de tener alrededor de 4000 variedades, las predominantes en el mercado son menos de una docena: Canchán y UNICA (rosadas), Tomasa (blanca), Huayro y las amarillas (Huamantanga, Tumbay, Perricholi y Peruanita). El resto se producen y consumen localmente o llegan al público general a través de ferias o aplicativos móviles.
Como se observa, la mayoría de los cultivos que sustentan la dieta de los peruanos, incluyendo frutas y hortalizas, provienen de un número limitado de variedades, muchas de las cuales son importadas. Además, el manejo de estos cultivos es principalmente de forma convencional, utilizando fertilizantes y plaguicidas sintéticos, que generan un impacto significativo en el ambiente, la biodiversidad y la salud humana.
¿Quiénes conservan la agrobiodiversidad?
En 2017 visité por primera vez la tierra de mi mamá y abuela: Quero, situado a un par de horas de Chiquián, en Áncash. Hicimos una parada en la casa de mi tía abuela para almorzar. Visitamos su pequeña chacra detrás de su casa donde, a sus ochenta años, sembraba maíz y frijol (ñuña). Las mazorcas de maíz eran pequeñas y redondeadas, con granos muy coloridos y algunos puntiagudos (un rasgo ancestral). Las robustas panojas demostraban su perfecta adaptación a las bajas temperaturas de la zona. Y qué decir de la exquisita cancha que se producía con ese maíz.
A orillas del río Mayo, cerca al centro poblado de San Francisco, en San Martín, un pequeño huerto alberga más de diez tipos de ají, de al menos tres especies: Capsicum annuum, Capsicum frutescens y Capsicum chinense. Los frutos de diversos tamaños y colores, unos muy picantes y otros dulces, no están a la venta. Su dueña, una amable señora de 75 años, los regala a quien pare en su bodega. Fue herencia de su padre, nos cuenta.
En Huancavelica, seis comunidades campesinas conservan 355 variedades de papa, 50 de maíz, 45 de otras raíces y tuberosas andinas (mashua, oca y olluco), entre otras variedades de tarwi y quinua. Es un lugar donde persisten estructuras comunitarias como el "ayllu" y prácticas como la "minka" y el "ayni". En 2022, fue reconocido por el Estado como una Zona de Agrobiodiversidad. Estas comunidades están asociadas, lo que facilita la comercialización de sus productos, en un entorno que valora su labor de conservación.
Sin embargo, la agrobiodiversidad se pierde porque hay un abandono generalizado del campo por no ser una actividad rentable. Los hijos y nietos de mi tía abuela ya no se dedican a la agricultura. El cambio climático agrava la situación precaria de los pequeños productores al alterar los patrones de lluvias, la incidencia de plagas o las heladas, provocando la pérdida total del cultivo. También existen cultivos más rentables. Los ajos, por ejemplo, desplazaron a las papas nativas en Puno, y la quinua tuvo un efecto similar en Ayacucho.
Conservar y producir sosteniblemente
Como se ha descrito anteriormente, contamos con una agricultura familiar que depende de variedades mejoradas y agroquímicos, enfocada en la productividad y rentabilidad; y otra tradicional que preserva la agrobiodiversidad, no necesariamente con un enfoque comercial, aunque pueden sacar provecho si se asocian. Ambas son necesarias y se complementan. La agricultura convencional o industrial ofrece alimentos accesibles y económicos, a pesar de su mayor impacto ambiental; en contraste, la agricultura tradicional asegura diversidad, resiliencia y es fundamental para el mejoramiento genético de los cultivos.
El desafío consiste en reducir el impacto que tiene la agricultura convencional, por ejemplo, mediante el uso más eficiente de los fertilizantes sintéticos o reduciendo el uso de plaguicidas. Hay varias alternativas disponibles, desde prácticas agroecológicas hasta la aplicación de la biotecnología. Sin embargo, en lugar de buscar sinergias entre estos dos enfoques, a menudo se crea una barrera infranqueable entre ellos, a veces impulsada por una visión idealista, aunque utópica y romántica, de la agricultura.
Los cultivos transgénicos, en especial aquellos que son resistentes a plagas y enfermedades, han reducido considerablemente el uso de insecticidas. Además, su efecto protector se extiende a campos aledaños que no utilizan OGM. Esto beneficia a los insectos benéficos como los polinizadores y los controladores biológicos, facilitando el manejo integrado de plagas y favoreciendo la integridad de los agroecosistemas. Indudablemente, es necesario reforzar la capacidad del estado para su regulación efectiva.
Por otro lado, se requiere mejores políticas orientadas en la agricultura familiar tradicional. No son suficientes los pequeños proyectos de desarrollo local que carecen de continuidad una vez que concluyen. Es esencial invertir en investigación para valorizar los recursos genéticos ahí conservados, en mejorar la sanidad y calidad de las variedades locales, facilitar el acceso al mercado (mejorando las vías de comunicación), proveer de asistencia técnica y seguimiento durante toda la campaña agrícola, facilitar el acceso a créditos y mejorar los sistemas de riego. En otras palabras, lo mismo que se ofrece todos los años a la agricultura convencional y a la agroexportación.
Sin embargo, se ha promovido la idea que la moratoria a los cultivos transgénicos es una política que favorece a la agrobiodiversidad. Que favorece a nuestras agroexportaciones (irónico que la defiendan, cuando los acusan de explotadores). Que podemos vivir de la producción orgánica y la gastronomía, ignorando que la mayoría no tiene acceso a estos productos ni a restaurantes de lujo. Ideas que resuenan en aquellos que no tienen carencias. Mientras que, a los que optamos por regular su ingreso con medidas de bioseguridad conforme a lo establecido en el Protocolo de Cartagena, nos acusan de favorecer a las grandes corporaciones en detrimento de la agricultura familiar.
VAVILOV, Nikolaĭ Ivanovich; DOROFEEV, Vladimir Filimonovich. Origin and geography of cultivated plants. Cambridge University Press, 1992.
Muy acertados comentarios en el artículo de David Castro. No creo que exista un dilema tal como "agrobiodiversidad vs. biotecnología" ambos conceptos caben perfectamente bien en el sistema de producción agrícola del Peru, asi como ha encajado también en el de otros países como Brasil, India, Bolivia, etc. Los OGM y los cultivos editados genéticamente deben REGULARSE, eso sería lo racional para un país como el nuestro con tantas carencias en el campo. No necesariamente el uso de la biotecnología moderna significa favorecer a las transnacionales o afectar los recursos naturales. Pero esto no vende, verdad? Mejor es oponerse sin razones técnicas, sociales o jurídicas al fin de la moratoria. Si el Congreso ha observado el proyecto de Ley de regulación de los OGMS, ya sabemos que ello es un tema político, no técnico.