A los siete años (1993), un perro con rabia me mordió en el tobillo. Me trasladaron al hospital de inmediato para iniciar el tratamiento. Recibí vacunas en el estómago por diez días consecutivos. En la actualidad la rabia es una enfermedad muy poco frecuente en animales domésticos. Esto fue posible gracias a las campañas de vacunación y el compromiso de las personas que, les puede faltar una o varias dosis contra el COVID-19, pero sus mascotas tienen sus vacunas al día.
En los últimos años, la transmisión de rabia a humanos por animales silvestres ha cobrado mayor relevancia. En realidad, muchos de los patógenos que nos afectan provienen de la vida silvestre. Algunos poseen tasas muy altas de mortalidad como el Ébola, el Nipah o el Marburgo. Otros, como la influenza, no son tan letales, pero causan un gran número de víctimas debido a su alta transmisibilidad. También hay patógenos que impactan a las especies silvestres con el potencial de exterminar poblaciones completas, como el Batrachochytrium dendrobatidis en anfibios, o el Pseudogymnoascus destructans en murciélagos.
Podemos reducir el impacto de las enfermedades zoonóticas combatiendo a los patógenos de alto riesgo directamente en sus reservorios naturales. Sin embargo, resulta inviable montar campañas de vacunación para la mayoría de las especies silvestres. A menos que las vacunas se propaguen por sí solas. De este modo, podríamos capturar unos cuantos individuos, inmunizarlos y reintroducirlos en sus hábitats naturales, donde la vacuna se diseminaría en toda la población. Una vacuna transmisible.

Las vacunas transmisibles no son algo nuevo. En 2001 se probó por primera vez para controlar la enfermedad hemorrágica del conejo (RHDV). Fue una vacuna recombinante. Se creó utilizando un virus de mixoma atenuado naturalmente al que se le insertó el gen de la principal proteína estructural del virus RHDV (que induce la respuesta inmune). La prueba se realizó en una pequeña isla, frente a las costas de España. Se liberaron 76 conejos vacunados y 71 no vacunados. Después de un mes, se recapturaron a 25 de los animales no vacunados y el 56 % resultó ser inmune al RHDV.
El ensayo funcionó, pero había cierta incertidumbre sobre la aplicación de la vacuna a gran escala. El virus de mixoma no era específico de los conejos, generando dudas acerca de su evolución a largo plazo, como la posibilidad de propagarse a otras especies, la reversión de su patogenicidad o la recombinación con otros virus presentes.
Sin embargo, gracias a los avances en la ingeniería genética y el conocimiento de la epidemiología de los patógenos zoonóticos, así como la distribución y ecología de sus reservorios naturales, las vacunas transmisibles han recibido un nuevo impulso. Podemos emplear o diseñar virus relativamente benignos y específicos de un determinado hospedero como vectores del antígeno recombinante.
El desarrollo de las vacunas transmisibles implica un proceso participativo y por etapas, con puntos de control adecuados. Tras el desarrollo de la vacuna candidata, es necesario aplicarla y observar su comportamiento en animales en cautiverio. Se debe evaluar la posibilidad de transmisión a especies estrechamente relacionadas. Posteriormente, realizar liberaciones en poblaciones aisladas dentro de recintos seminaturales o islas pequeñas. Es esencial monitorear periódicamente la efectividad, la capacidad de dispersión y la evolución de la vacuna.
En conclusión, inmunizar al reservorio animal posibilita la erradicación de los patógenos zoonóticos antes que generen infecciones y epidemias en poblaciones humanas. Sin embargo, hay otras causas profundas que propician el surgimiento de diversas enfermedades que también deben ser atendidas. Por ejemplo, la invasión humana en ambientes naturales, el tráfico ilegal de especies silvestres y el cambio climático.