Peligro, riesgo y daño
Tres conceptos que suelen confundirse, más aún cuando se abordan temas regulatorios (fármacos, aditivos alimentarios, fitosanitarios y transgénicos), generando desconfianza en los ciudadanos.
Tomarse unas cervezas después de la pichanga, OK.
Fumarse un cigarrillo camino a casa, OK.
Alisarse el cabello cada seis meses, OK.
Tomar el sol en la playa por horas, OK.
Aplicar fitosanitarios a los cultivos, ¡¡¡NOS ESTÁN ENVENENANDO!!!
¿Por qué nos exponemos directamente y sin preocupaciones a sustancias comprobadamente tóxicas o cancerígenas, como el alcohol etílico, el alquitrán, el formaldehído o los rayos solares, pero nos alarmamos ante productos que protegen los cultivos, algunos de los cuales son incluso menos tóxicos o cancerígenos? Esto ocurre porque la percepción del riesgo varía entre las personas y, a menudo, es irracional. Nos preocupamos más de lo que la evidencia dice que necesitamos, o menos de lo que la evidencia dice que deberíamos.
El portal Salud con Lupa ha publicado importantes reportajes sobre el problema de los plaguicidas en el Perú. Detectaron la presencia de estos compuestos en alimentos con niveles que superan los límites legalmente permitidos. Además, hallaron productos cuyo uso está prohibido en otros países debido a sus efectos perjudiciales para la salud o el ambiente, pero que aquí mantienen sus registros vigentes. Esto generó alarma en la ciudadanía y, como resultado, los congresistas han propuesto proyectos legislativos para prohibir ciertos agroquímicos.
Los fitosanitarios (herbicidas, insecticidas, fungicidas, etc.) son sustancias peligrosas porque tienen el potencial de causar efectos adversos, ya sea en nuestro organismo o en el ambiente. Es importante destacar la palabra "potencial", ya que se requiere una exposición alta (toxicidad aguda) o prolongada (toxicidad crónica) para que estos productos puedan causar un daño (efecto adverso observable, medible o cuantificable). No obstante, estar expuesto a una sustancia peligrosa no implica necesariamente un daño, tan solo un riesgo de ocasionarlo.
Reconozco que suena muy confuso. Pero entender la diferencia entre peligro, riesgo y daño nos ayudará a tomar decisiones más acertadas, sin caer en alarmismos innecesarios o en una falsa sensación de seguridad cuando no corresponda.
La exposición define el riesgo
Los peligros se convierten en riesgos solo cuando nos exponemos a ellos. El riesgo aumenta cuando la exposición al agente peligroso es más frecuente o probable, o cuando la consecuencia de dicha exposición es más grave. Sin embargo, solemos tratar todos los peligros como si fueran riesgos, sin considerar nuestro nivel de exposición.
Tanto el paracetamol (empleado para bajar la fiebre) como la cipermetrina (presente en insecticidas domésticos para matar arañas y cucarachas como Baygon® o Raid®) son tóxicos o peligrosos porque pueden causar un efecto adverso en nuestra salud. Pero ¿qué tan tóxicos son? Para saberlo contamos con un valor referencial llamado dosis letal media (DL50), que mide la toxicidad aguda de una sustancia. Equivale a la dosis requerida para causar la muerte del 50 % de una población de prueba, generalmente compuesta por animales de laboratorio como ratones, ratas o conejos. Un DL50 más bajo indica una mayor toxicidad, es decir, mayor peligrosidad.
Según la tabla, la toxicidad de la cipermetrina es 25 veces mayor que la del paracetamol. Esto no lo hace más riesgoso. Antes debemos considerar la exposición. En el caso del paracetamol, la dosis varía entre 1500 a 2000 mg por día (entre 20 y 30 mg/Kg para una persona promedio); mientras que un frasco de Baygon® de unos 500 ml (suficiente para múltiples aplicaciones) contiene 500 mg de cipermetrina. En condiciones normales, ambas sustancias presentan exposiciones bajas, lo que conlleva un riesgo reducido. Por ello son de venta libre.
La cosa cambia cuando se usa la cipermetrina con fines agrícolas. En este caso, un envase de un litro contiene entre 200-250 g del insecticida. La cantidad requerida para una hectárea de col, tomate o espárrago es de 100 g (equivalente a 400 ml del concentrado) que se diluyen en 400 litros de agua. Asumiendo que hay aproximadamente 30 000 plantas por hectárea, la cantidad del principio activo que recibe cada una es menor a 3.3 mg. Manteniendo las dosis adecuadas, la exposición del consumidor es mínima y el riesgo es bajo. Sin embargo, la persona que aplica el insecticida se encuentra expuesta al producto concentrado y a los aerosoles por tiempos prolongados y días consecutivos. Por lo tanto, el riesgo es mayor.
Evaluar del riesgo para tomar decisiones
La decisión de aprobar o registrar un producto se basa en el riesgo, no en el peligro. Para ello, las agencias o autoridades reguladoras llevan a cabo una evaluación de riesgo que implica identificar los peligros de una sustancia (posibles efectos negativos en la salud y el medio ambiente) y caracterizar la exposición (establecer la probabilidad o frecuencia de contacto con la misma). Basándose en estos dos factores, se calcula el riesgo total. A mayor riesgo, mayor probabilidad que ocurra un daño.
Si el riesgo es elevado, se debe buscar la forma de reducirlo. A esto se le conoce como gestionar el riesgo. Por ejemplo, el uso de guantes, mascarillas y mamelucos para evitar la inhalación o contacto con el insecticida, y establecer periodos de carencia (tiempo requerido entre la aplicación de un fitosanitario y la cosecha del cultivo) para evitar su ingestión, son medidas de gestión de riesgos. Si estas son insuficientes, ineficaces o poco prácticas de implementar, el riesgo no podrá reducirse y la solicitud de registro de un producto puede ser denegada porque puede haber un daño inminente.
Los medios de comunicación y la percepción del riesgo
Técnicamente cualquier sustancia puede ser peligrosa, incluso el agua, que puede provocar edemas cerebrales, convulsiones, coma y hasta la muerte. Pero no vemos ningún medio de comunicación alertando de los riesgos de tomar agua. Esto se debe a que, para que ocurran esos daños, se deben tomar muchos litros en pocas horas. Es decir, se requiere una alta exposición que es muy poco probable que ocurra. Por tanto, el riesgo es bajo.
Sin embargo, cuando la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), clasificó al glifosato en el Grupo 2A (probablemente cancerígeno), se generó todo un revuelo a nivel mundial. La prensa exacerbó el miedo sin considerar que la clasificación de IARC no evalúa el riesgo, sino el peligro. Se olvidaron del “probable” y publicaron que el glifosato era cancerígeno.
El Grupo 2A significa que hay evidencia suficiente en animales y limitada en humanos de que una sustancia podría causar cáncer. Es decir, el glifosato es una sustancia peligrosa porque puede provocar cáncer (específicamente, la evidencia apuntaba a linfomas no-Hodgkin). Sin embargo, esta clasificación no determina qué nivel de exposición o cantidad es necesaria para provocar cáncer en humanos, ya que no hay evidencia directa que lo confirme.
Las entidades que sí evalúan el riesgo, como la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), no identificaron ningún ámbito de preocupación crítico para los seres humanos, los animales o el medio ambiente por el uso agrícola del glifosato. Sin embargo, esto no suele mencionarse en la prensa, y si lo hacen, es para acusar que el lobby industrial manipula a los entes reguladores.
Prevenir mejor que lamentar
Encontrar restos de plaguicidas en nuestros alimentos es peligroso. De eso no hay dudas. Pero ¿representan un riesgo para nuestra salud? Depende de la exposición, es decir, cuánta fruta o verdura contaminada consumimos. Normalmente las cantidades halladas son muy bajas para una toxicidad aguda. Sin embargo, la exposición constante podría generar una toxicidad crónica aumentando el riesgo de provocar un daño.
Por esta razón, las autoridades regulatorias tienen la obligación de minimizar los riesgos. La única forma de lograrlo es reduciendo la exposición, es decir, evitando que se superen los límites máximos permitidos de plaguicidas en los alimentos. Esto se logra con fiscalización, pero también con asistencia técnica y capacitación a los agricultores para un uso correcto de los fitosanitarios que, a pesar de que no nos gusten, son necesarios.