Las áreas de conservación privadas son escasas en nuestro país. Ascienden a no más del 0,07% del territorio nacional: 9 establecidas legalmente, 6 en evaluación.
Presentándose como una alternativa más para prevenir la desaparición de espacios naturales importantes, parecieran comportarse como una estrategia nueva, valiéndose de la coyuntura de sesgo verde, para extender las redes polarizadas del capitalismo a un sector no influenciado por ellas en el Perú. No limitadas a la pertenencia individual, sino también a la colectiva, por parte de comunidades nativas, los riesgos que se podrían dramatizar, efecto directo en la desaparición de dichas áreas, bordean sutilmente los grandes beneficios de la venta de nuestras tierras.
En un mundo donde los países ricos desviven a sus especialistas para socorrer los vestigios de espacios naturales que aún mantienen, el Perú sugiere valerse de la venta legal de dichos espacios para ayudar a su conservación. Sin ir muy lejos: mientras Ecuador y Colombia se niegan a conceder sus selvas para la extracción de recursos, cuando Brasil se proyecta a liderar el mundo en los años próximos basándose en sus extensiones naturales, nosotros pensamos en venderlas.
Es posible que la venta de estos espacios pueda asegurar la conservación a futuro (confiando en que la gerencia privada es mucho más eficiente que la pública), pero lo cierto es que deja de ser, de alguna manera, nuestro. Las condiciones para la negociación de estas áreas deben contemplar absolutamente todos los escenarios: actuales, a futuro, y al futuro del futuro. Puede que la expropiación estatal para nuevos dueños peruanos sea prometedora, pero no podemos asegurar que los posibles dueños extranjeros sean del todo leales. Y lo peor de todo es que ni siquiera podemos esperar un marco legal óptimo en un ambiente jurídico tan lleno de sanguijuelas.
Analicemos el objetivo: salvar lo natural arriesgando nuestro desarrollo, o empezar a invertir en cómo desarrollarnos aprovechando eficientemente nuestros recursos.
De nosotros depende, vender el Perú y cruzar los dedos para atinar al comprador perfecto, o empezar a ceder el poder del futuro que gobiernos de todo el mundo miran con envidia.
por Diego Padilla
Vía mi tambor de ojalata.
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